domingo, 16 de septiembre de 2007

El regreso

Después de 5 días de aventuras, en los que acabamos más baldados que el equipo de "Al filo de lo imposible" en el ascenso al Everest, dedicamos las últimas horas en París a recoger con calma el chiringuito. Con calma pero con la tensión de temer una encerrona con la factura del hotel.

La estafa

Y es que habíamos hecho la reserva a través de edreams. A pesar de los muchos comentarios de los usuarios criticando el minúsculo tamaño de las habitaciones, fue su precio más o menos asequible y lo bien situado que estaba, en pleno centro a solo 200 metros del Louvre, lo que nos hizo decidirnos por él. En edreams especificaba que el régimen era con alojamiento y desayuno, pero en uno de esos grandes momentos de lucidez que tengo y por los que me he ganado el apodo de (modo sarcasmo on) "El cerebro" (modo sarcasmo off) se me pasó comprobarlo en el resguardo, y me di cuenta de que no especificaba por ningún lado el desayuno esa misma mañana.

Y dicho y hecho, la facturita nos vino con un regalo extra de 100 euros que tuvimos que pagar por los 10 desayunos (5 cada uno) que tomamos. Y ponte a discutir con el recepcionista cuando tu francés es peor que el de un chimpancé y tienes que estar en una hora en el aeropuerto. Si hasta ese momento el hotel había tenido un aprobado raspado, en ese momento suspendió sin posibilidad de ir a Septiembre. Es pues el momento de contar las delicias del "Louvre bons enfants".

Era pequeño hasta el desayuno

Los 5 euros por desayuno fueron un auténtico dolor. ¡Que desayunos! Tenían menos variedad que el fondo de armario de Homer Simpson, yo comí un día queso mohoso y más te valía no usar la tostadora más antigua del mundo ya que saltaban los plomos del edificio cada vez que la encendías (esto pasó al menos 2 veces).

El hotel, tal y como decían los comentarios de edreams, era minúsculo. Los pasillos eran tan estrechos que casi había que pasarlos de lado, lo cual no era nada fácil para alguien con barriga prominente como yo. Y menos mal que el último día no nos cruzamos por ellos en con ningún grupo de turistas, el atasco hubiera sido tal que no hubiéramos llegado a tiempo al aeropuerto.

Dentro de estos pasillos, las habitaciones estaban pegadas a otras que una noche, de madrugada, llegaron los inquilinos de la habitación que teníamos al lado y el ruido de la llave en la cerradura era tal que pensamos que estaban intentando entrar en nuestra habitación. Del susto casi me tiro por la ventana, que por otra parte, estaba justo al lado de la cama.

Pero la estrechez de los pasillos no hacía más grande las habitaciones. Eran tan pequeñas que no había sitio para las maletas. Margarita tenía la suya sobre una mesita y la mía tenía que ponerla sobre una minibutaca. Estábamos tan cerca de la tele que el mando a distancia era estrictamente decorativo y para entrar al baño casi había que desplazar la cama porque la puerta era más grande que toda la habitación.

Revueling

Una vez en el aeropuerto piensas tanto en la llegada que se te olvida el tema hotel. Sobre todo se te olvida cuando vives la experiencia de Vueling, que en el viaje de ida fue muy bien, pero en la vuelta... Nada más sentarnos, la tripulación nos presentó al piloto, un griego al que para mantener en el anonimato llamaremos Starbos F., o mejor, S. Filipousis (nota del autor: me he inventado el nombre para evitarme represalias de este hombre). El comandante Filipousis era un tío muy majo, no quiso que nos aburriéramos y puso el modo turbulencias ON. Pero bueno, esto al fin y al cabo confiaba en que fuera cosa de las condiciones atmosféricas. Sin embargo me entró la duda de las capacidades de pilotaje de Filipousis cuando iniciamos las maniobras de aproximación a Madrid. El comandante volvió a demostrar sus buenas maneras y decidió que todos teníamos derecho a disfrutar del paisaje: ahora doy un bandazo a la derecha y los de la derecha ven el suelo madrileño, ahora doy un bandazo a la izquierda y lo vemos los del lado izquierdo. ¡Que majo! Y por si nos lo habíamos perdido, lo repitió unas 10 veces.

Después de 5 días de aventuras, de dolores, cansancios y un vuelo digno de Aeropuerto 77, pisamos por fin suelo madrileño, Margarita diciendo "no vuelvo a montar en avión" y yo besando el suelo como el Papa.

Menos mal que el susto se nos pasó en unos días y ya pensamos en nuestro próximo viaje...

2 comentarios:

Carlos dijo...

He disfritado mucho con tus aventuras Je, Je

wontonsopabuena dijo...

¡Gracias Chowy! Yo también disfruté contando el viaje.
A ver si me animo y cuento también el que hice en el 2005 a Nueva York.