El penúltimo día en París fue el que más usamos el metro, en parte por nuestro cansancio y en parte para amortizar algo el bono transportes. Este bono cuesta 45 euros, tiene validez para 4 días y permite cualquier viaje en metro o RER entre París y puntos como Versalles o los 2 aeropuertos. En un principio a Margarita y a mi nos pareció obvio el tener que comprarlo. Al final del viaje nos pareció una mala compra. Si el hotel está en el centro, como lo estaba el nuestro, la mayoría de los desplazamientos se harán a pie y no se amortiza, para nada, el billete.
Un viaje al pasado
Entrar en el metro de París rejuvenece, si tienes 70 años creerás que tienes 20, porque se conservan los mismos vagones que tenían cuando se fundó. Eso sí, parece que van algo más rápido que entonces, lo cual se nota mucho cuando tienes que bajarte en alguna estación...si ese es tu caso, más vale que seas el campeón del mundo de gimnasia rítmica en la modalidad de aparato suelo, si no, vas listo, ya que tienen la bonita costumbre de abrir las puertas en movimiento y parar sólo como 2 segundos, que digo yo, que para eso no paren y así ganan tiempo. Aunque claro, tendrían que acolchar los andenes y eso cuesta dinero.
Yo creo que cuando se repartieron las escaleras automáticas en Francia, todas se las llevó el Centro Pompidou, quedándose el metro sin ninguna. Esto viene muy bien a los turistas que, cargando a pulso con las maletas, acabamos echando unos bíceps que ya los quisiera para sí Schwarzenegger.
Y qué decir de los trasbordos. Hay tanta distancia entre las distintas líneas que deberían poner un servicio especial de autobuses para ir de una a otra.
Cosas buenas
Para ser justos, hay varios aspectos del metro de París que me gustaron especialmente.
El primero: daban la mayoría de los mensajes de megafonía, además de en francés, ¡¡en castellano!!. La primera vez que los oí pensé que éramos el objetivo de una cámara oculta. Teniendo en cuenta que cuando estuve en Eurodisney me encontré con atracciones con los rótulos en francés, inglés, alemán, italiano y portugués ¡y ni rastro del castellano!, pues oír los mensajes en mi idioma me resultó, como poco sorprendente, ¡casi me emociono!
El segundo aspecto que me gustó, además especialmente: La señalización de las salidas. Numeradas. Tú te fijas en el mapa, miras la salida que te interesa, te quedas con el número, sigues las indicaciones para ese número y sales por donde quieres. No como en el metro de Madrid, que en Sol buscas la salida a la calle del Carmen y acabas saliendo por Arturo Soria.
El tercero: A diferencia de la primera vez que visité París, esta vez habían desaparecido los malos olores, lo cual es un alivio durante la media hora que tardas en cambiarte de línea o salir a la calle.
jueves, 6 de septiembre de 2007
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